Mientras algunas personas alrededor del mundo dudan sobre sus potenciales riesgos, otros los minimizan. ¿Qué indican los estudios recientes sobre los efectos en el medioambiente y los seres vivos?

El 16 de junio de 2018, las calles de Segovia se llenaron de gente que sostenía una bufanda larguísima tejida por artesanos locales. El motivo era la llegada de la tecnología 5G, cuyas antenas las autoridades habían permitido instalar como prueba piloto. Si bien las conversaciones y los debates sobre el impacto de la nueva red llevaban unos años, no había información disponible que certificara que no había riesgos en el medioambiente y la salud: en cierto sentido, la ciudad de Segovia en su conjunto sería parte de la información disponible en el futuro.

Las manifestaciones continuaron el año siguiente, cuando en el centro de la ciudad se organizó una suerte de carnaval con la temática “antenas”: había mujeres vestidas de torres metálicas, niños con disfraces de celular. El movimiento fue acompañado por jornadas científicas de debate y dio origen al slogan STOP 5G, que ya cuenta con grupos en 200 ciudades del mundo. A su vez, en Ginebra, Suiza, la primera reacción fue prohibir la llegada de las antenas hasta que no hubiese investigaciones que demostraran que las ondas, por su frecuencia más alta, no causaban daños colaterales.

DE LARGA DATA

El debate no es nuevo: antes de la llegada de la tecnología 5G, desde la implementación masiva de celulares y de redes inalámbricas, hay cuestionamientos y datos cruzados sobre el impacto de las ondas electromagnéticas en el entorno y, en última instancia, en el cuerpo humano. La fuente de base que se suele citar es Bioinitiative, una publicación independiente dirigida por David Carpenter, director del Instituto de Salud y Medioambiente de Nueva York, quien declaró que “ya es imposible decir que las radiofrecuencias no producen cáncer”. El informe advierte que las ondas electromagnéticas podrían causar en el corto plazo un nuevo tipo de diabetes, pérdida de memoria y problemas en la piel.

Por otra parte, en 2014, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró que “la principal consecuencia de la interacción entre la energía radioeléctrica y el cuerpo humano es el calentamiento de los tejidos”. El informe explica: “En el caso de las frecuencias utilizadas por los teléfonos celulares, la mayor parte de la energía es absorbida por la piel y otros tejidos superficiales, de modo que el aumento de temperatura en el cerebro u otros órganos del cuerpo es insignificante”. Los campos de radiofrecuencia fueron objeto de numerosos estudios en relación con la actividad cerebral, las funciones cognitivas, las alteraciones cardíacas, el sueño y la presión arterial. El resultado es que no hay pruebas concluyentes de que la exposición a campos de radiofrecuencia de nivel menor a los que provocan el calentamiento de los tejidos tenga efectos nocivos para la salud.

Muchas fueron las denuncias por la denominada “hipersensiblidad electromagnética”, trastorno que sufren algunas personas por una exposición continua a las radiaciones que emiten ciertos dispositivos. Sin embargo, el informe de 2012 de la OMS señala que tampoco se consiguió probar la existencia de una relación causal entre la exposición a campos electromagnéticos y los síntomas del trastorno.

Ahora bien, en el largo plazo la situación es más compleja, ya que el tiempo en el que el ser humano convivió con las ondas emitidas por celulares y antenas es relativamente corto como para saber con certeza qué consecuencias causa la exposición en un período de, por ejemplo, 25 años. Las investigaciones epidemiológicas para detectar los posibles riesgos en un plazo de varios años tuvo como eje la búsqueda de correlación entre los tumores cerebrales y el uso de teléfonos celulares. Sin embargo, dado que numerosos tipos de cáncer no son detectables hasta muchos años después del contacto que pudo provocar el tumor y el uso masivo de teléfonos móviles emergió en la década de 1990, no hay posibilidad de saber con certeza si las radiofrecuencias causan tumores cerebrales o no. En las investigaciones realizadas en 13 países, fue posible detectar un aumento del riesgo de glioma en las personas comprendidas en el 10 por ciento que más horas utilizaba el celular, aunque no hubo una tendencia uniforme que permitiera concluir que, a mayor tiempo de exposición, mayor riesgo. Los investigadores señalaron que los sesgos y limitaciones del estudio impiden hacer una interpretación causal, y por ello se rotuló a las radiofrecuencias como “posiblemente cancerígenas” (grupo 2B).

En campo del medioambiente, numerosos estudios independientes indican que los campos electromagnéticos afectan de forma negativa el orden del planeta, pero ninguno es oficial. Por ejemplo, frente a la extinción de un tercio de las abejas en el mundo en los últimos años, se sostiene que la causa es la radiación electromagnética. Así lo indica un estudio realizado por el Instituto Tecnológico de Suiza, donde, luego de 83 experimentos, se declara: “Los terminales móviles activos tienen un impacto dramático en el comportamiento de las abejas, ya que inducen a las obreras a emitir masivamente la señal de alarma. En condiciones normales, ese zumbido anuncia que el enjambre se pone en marcha o es una señal inequívoca que indica algún problema en la colonia”. Y luego, la frase conclusiva y acaso la más importante: “Apelo a la comunidad científica internacional para que realice más estudios en este campo”. De ser acertada la investigación, el problema no terminaría con las abejas: los insectos dejarían de polinizar con mayor fuerza las especies nativas de flores, lo cual haría que las plantas invasoras desplazasen a las nativas y de a poco se iría perdiendo diversidad en la flora.

Otra cita de referencia es la célebre Resolución 1815 del Consejo de Europa, titulada “Los peligros potenciales de los campos electromagnéticos y sus efectos sobre el medioambiente”, donde, más que presentar resultados concretos, se reconoce la falta de estudios que permitan establecer certezas y se reclama celeridad en las investigaciones. La responsabilidad de los organismos internacionales no consiste, entonces, en permitir el despliegue de tecnologías nocivas, sino en la falta de estudios que lleven tranquilidad a la población. En este panorama, las dificultades metodológicas aducidas por la OMS, calificadas por los sectores ambientalistas como una connivencia con las grandes compañías de telecomunicaciones, y la urgencia de estudios que indiquen los efectos de las ondas electromagnéticas hacen que, cuando menos, se promueva una exposición baja a las ondas y se tomen precauciones.

La red 5G, que ya fue implementada en algunos sectores del planeta, presenta algunos cambios con respecto a sus predecesores: una frecuencia más alta (ondas milimétricas entre 30GHz y 300GHz) y baja latencia, es decir, menor tardanza en la respuesta. Estos cambios, que a los efectos prácticos implican una velocidad mucho mayor, llevaron a que circularan noticias poco comprobables y algunas ciertamente disparatadas, por ejemplo, que el COVID-19 es retransmitido por las antenas 5G.

La tecnología 5G requiere muchas antenas nuevas, que son las torres que transmiten y reciben señales de teléfonos celulares. A primera vista, eso parece una mala noticia, pero en verdad, al haber más transmisores, cada uno debe funcionar a niveles de potencia más bajos que la tecnología 4G, lo que significa que el nivel de exposición de radiación de las antenas 5G será, por consiguiente, más bajo.

Por lo demás, el nivel de certeza es igual o menor al que se tiene sobre los efectos en el ambiente de la red 4G, y los estándares de radiación máxima recomendada seguirán respetándose. En el Reino Unido, uno de los países donde más avanzada está la llegada de la nueva tecnología, la gama de frecuencia de las señales de 5G que se incorpora está dentro de la banda no ionizante del espectro electromagnético y muy por debajo de lo que la Comisión Internacional de Protección contra la Radiación No Ionizante (ICNIRP) considera peligroso.

En resumidas cuentas, no es improbable que la red 5G sea peligrosa a largo plazo para cuerpos biológicos como animales, flora y seres humanos. Pero es tan probable como lo es la red 4G, ya que la tecnología es la misma y las ondas, a pesar de tener una frecuencia más alta, seguirán siendo no ionizantes (a diferencia de los rayos X o los rayos gamma) y por debajo del máximo recomendado por prevención. En cualquier caso, la cuestión está lejos de ser zanjada: si bien hasta ahora no hay razones para concluir que las ondas electromagnéticas de los celulares son nocivas, organismos internacionales y ONG independientes reclaman mayor celeridad en las investigaciones, dado que la exposición por parte de la población mundial, ya sea 4G o 5G, no hace más que aumentar año a año.